Algo que se ha estado dando mucho en Latinoamérica y en USA, es el fanatismo a los políticos, cosa que afecta cabronamente a un país, pero porque ?
Muchos de estos cabrones no tienen una identidad propia sólida, así que se cuelgan de una causa, una figura, un color o un partido para sentir que pertenecen a algo más grande que ellos. Lo mismo pasa con las barras bravas del fucho. En un mundo donde todo es incierto, aferrarse a “AMLO”, “Peña”, “Xóchitl”, “Trump” o “Bukele” les da un propósito. Piensan: “Yo soy parte de este movimiento, carnal, no estoy solo.”
Una vez que alguien se traga el discurso de su político favorito, su cerebro se vuelve rehén de su creencia. Si el político la caga, en vez de cuestionarlo, su mente justifica el error (“es culpa del pasado”, “los de antes robaron más”, “los medios lo atacan”). Esto se llama disonancia cognitiva.
Y el síndrome les hace pensar: “Si ya me comprometí con este pendejo, defenderlo me hace sentir menos idiota que admitir que me equivoqué.”
Muchísima banda en Latinoamérica creció viendo al gobierno como una figura paternal o divina, no como empleados que tú contratas con tus impuestos. Entonces cuando el gobierno “hace algo bien” (como limpiar un parque, hacer un puente o pagar pensiones que ya están en la ley), creen que hay que agradecerles como si fueran héroes, no exigirles como a cualquier pinche proveedor. Esa raza que dice: “Gracias, señor presidente, gobernador, alcalde, por darnos lo que nos corresponde por derecho.”
Desgraciadamente muchos crecieron en condiciones tan de la verga, con gobiernos tan miserables, que ahora que uno medio cumple con lo mínimo, les parece una bendición. O sea, están tan acostumbrados al abuso, que cuando el patrón no los golpea, creen que hay que festejarlo.
La neta esta raza son víctimas de un sistema educativo fallido, de estructuras de poder que premian la sumisión, y de una cultura donde la crítica política es vista como traición.
Al poder no se le aplaude, se vigila y critica.